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Paquita y la crónica de su muerte

  • Sandra Viñas
  • 5 abr 2015
  • 2 Min. de lectura

Francisca Bonilla, Paquita para los suyos, está agonizando. He aquí la crónica de una muerte corriente. Sin épica ni lírica. La historia de un deceso cualquiera. Uno entre los 390.419 fallecimientos registrados en España en 2013 —según datos del INE—, de los que 184.624, un 47,2%, se produjeron, como el de Francisca, en un hospital.

Francisca Bonilla

A sus 71 años, padece un cáncer de ovarios que le fue diagnosticado hace 15 meses. Su organismo, llevado al límite, está al borde del colapso. Las ocho sesiones de quimioterapia, la operación de desguace en la que le extirparon todo órgano no vital del vientre, y la quimio intraperitoneal a la que fue sometida en quirófano con la esperanza de acabar con el tumor que la situaba entre la vida y la muerte. Esperanza que se desvaneció retrasando ese temible momento.




Mano de Francisca Bonilla | FUENTE: EL PAÍS

21 días después de su ingreso hospitalario, su estado ha empeorado drásticamente. Paquita se halla en situación de “últimos días”, eufemismo utilizado por los médicos para definir el estado de agonía. A petición de la familia la trasladaron de la habitación doble que ocupó esas semanas en Cirugía, informa el diario El País.


06:40 de la mañana, un martes de invierno. A su lado, en el incómodo sillón del acompañante, su hija mayor vela el agitado sueño de su madre. Pese a la sedación por perfusión de benzodiacepinas y opioides prescrita por el equipo de cuidados paliativos para ayudarla en el tránsito, Francisca se halla en un estado de inquieta seminconsciencia.


Las palabras de ánimo de sus familiares, el cariño que le transmiten, pero todo en vano. Es incapaz de sentirlo, incapaz siquiera de abrir los ojos, incapaz de sentir la fuerza con que su hija le sostiene la mano. Empiezan a sonar palabras de su boca, palabras sin sentido alguno, se aferra a los barrotes metálicos de la cama como si se agarrara a la vida que se le escapa.


A las 6.45, la hija se levanta a por el móvil para oír los informativos de la radio. Entonces, el ruido de la respiración se paraliza, deja de sonar. Sobresaltada, la hija mira a la cama. Vuelve a sonar. Deja. Vuelve. Un sonido raro, un último fruncido de ceño y, después, después ya nada. Una extraña paz en el rostro y el más absoluto de los silencios.


Una hora después un médico de guardia certifica el fallecimiento la hija no necesita el trámite para saber que su madre se ha marchado.


Paquita murió en un hospital como más del 45% de los españoles. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, la mitad de ellos expresa su deseo de morir en su cama, rodeado de los suyos y atendido por un equipo médico domiciliario. Un porcentaje que sube al 90% si se consulta a enfermos terminales, según una encuesta de la OCU. Sin embargo, a la hora de la verdad, por miedo o por impotencia propia o de la familia, por falta de condiciones de la casa, por ausencia de un cuidador, o por la evolución de la dolencia, muchos acaban acudiendo a expirar a los hospitales.

 
 
 
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